viernes, 22 de octubre de 2010

Me llamaba Ignorancia

Estoy leyendo un libro titulado “EL PROGRESO DEL PEREGRINO”, original de Juan Bunyan, un escritor muy antiguo!, el tema es que el libro me parece tan interesante y tan bíblico que no he podido despegarme de él, pero quiero leerlo con detenimiento, y la verdad, no me importa el tiempo que tome. Cada día que me siento y leo cada página me doy cuenta que estoy caminando, que cada día hay una nueva vereda y una nueva distracción de mi camino a la ciudad celestial, no discrepo en el desarrollo del libro, pues creo que todos nosotros, hemos pasado por el mismo camino y ninguno vivo ha llegado aún a la ciudad celeste (al menos que yo conozca!), y es por eso que tenemos que cuidarnos de no desviarnos. Resulta que la trama le da nombre a los personajes según sus características principales, o su manera de andar en el camino de peregrinaje hacia la ciudad celestial, y me llamo la atención un hombre llamado Ignorancia y de su encuentro con el peregrino principal del libro, llamado Cristiano y su amigo Esperanza, no pude evitar sentir la similitud entre mi antigua vida y la nueva en Cristo Jesús, sin duda yo militaba igual que Ignorancia, sin embrago Dios hizo caer el velo que cubria mis ojos, aqui les dejo el capitulo y la conversación:



CAPÍTULO XIX
Hablan de nuevo los peregrinos con IGNORANCIA, y ven en sus palabras el lenguaje de un CRISTIANO, sólo de nombre, que no ha conocido su estado de condenación, ni, por consiguiente, su necesidad de ser perdonado y justificado por gracia. Conversación que después tuvieron acerca de Temporario, la cual es un aviso terrible y saludable para el lector.


Cuando Esperanza concluyó su razonamiento, que acabamos de referir, volvió los ojos atrás y vio a Ignorancia que los seguía, y dijo a Cristiano:
ESPERANZA. —Poca pena se da ese joven por alcanzarnos.
CRISTIANO. —Ya, ya lo creo; no le gusta sin duda nuestra compañía.
ESPERANZA. —Pues creo que no le hubiera venido mal el habernos acompañado hasta ahora.
CRISTIANO. —Esta es la verdad; pero apuesto a que él piensa de muy diferente manera.
ESPERANZA. —Sí, lo creo; sin embargo, esperémosle. (Así hicieron.)
Luego que ya estuvo con ellos, dijo:
CRISTIANO. —Vamos, hombre; ¿por qué te detuviste tanto?
IGNORANCIA. —Me gusta mucho andar a solas, mucho más que ir acompañado, a no ser que la compañía sea de grado— dijo entonces Cristiano a Esperanza al oído —no te dije que no le gustaba nuestra compañía?”
CRISTIANO. —Pero, vamos, acércate, y empleemos nuestro tiempo en este lugar solitario con una buena conversación. Di, ¿cómo te va? ¿Cómo están las relaciones entre tú y tu alma?
IGNORANCIA. —Confío que bien; estoy siempre lleno de buenos movimientos que vienen a mi mente para consolarme en mi camino.
CRISTIANO. —¿Qué buenos movimientos son esos?
IGNORANCIA. —Pienso en Dios y en el cielo.
CRISTIANO. —Esto hacen también los demonios y las almas condenadas.
IGNORANCIA. —Pero yo medito en ellos y los deseo.
CRISTIANO. —Así hacen también muchos que no tienen habilidad alguna de llegar a ellos jamás; desea y nada alcanza el alma del perezoso.
IGNORANCIA. —Pero yo pienso en ellos, y lo abandono todo por ellos.
CRISTIANO. —Mucho lo dudo, porque eso de abandonarlo es cosa muy difícil. Sí, más difícil de lo que piensan muchos. Pero ¿en qué te apoyas para pensar que lo has abandonado todo por Dios y el cielo?
IGNORANCIA. —Mi corazón me lo dicta.
CRISTIANO. —Dice el Sabio que “el que confía en su corazón es necio”.
IGNORANCIA. —Eso es cuando el corazón es malo; el mío es bueno.
CRISTIANO. —¿Y cómo lo pruebas?
IGNORANCIA. —Me consuelo con las Esperanzas del cielo.
CRISTIANO. —Eso bien puede ser un engaño; porque el corazón de un hombre puede suministrarle consuelo con la esperanza de aquella misma cosa que no tiene fundamento
alguno para esperar.
IGNORANCIA. —Pero mi corazón y mi vida se armonizan perfectamente, y, por lo mismo, mi esperanza está bien fundada.
CRISTIANO. —¿Quién te ha dicho que tu corazón y tu vida están en armonía?
IGNORANCIA. —Me lo dice mi corazón.
CRISTIANO. —Pregunta a mi compañero si soy yo ladrón. ¡Tu corazón te lo dice! Si la palabra de Dios no da testimonio en este asunto, otro testimonio es de ningún valor.
IGNORANCIA. —Pero ¿no es bueno el corazón que tiene buenos pensamientos? ¿Y no es buena la vida que está en armonía con los mandamientos de Dios?
CRISTIANO. —Sí; es verdad. Es corazón bueno el que tiene buenos pensamientos, y vida buena la que está en armonía con los mandamientos de Dios; pero, en verdad, una cosa es tenerlos y otra cosa es pensar sólo que se tienen.
IGNORANCIA. —Dime, pues, ¿qué entiendes tú por buenos pensamientos y por conformidad de vida con los mandamientos de Dios?
CRISTIANO. —Hay buenos pensamientos de diversas clases: unos, acerca de nosotros mismos; otros, acerca de Dios y Cristo, y otros, acerca de otras cosas.
IGNORANCIA. —¿Cuáles son los pensamientos buenos acerca de nosotros mismos?
CRISTIANO. —Los que estén en conformidad con la palabra de Dios.
IGNORANCIA. —¿Cuándo están conformes nuestros pensamientos acerca de nosotros mismos con la palabra de Dios?
CRISTIANO. —Cuando hacemos de nosotros los mismos juicios que hace la palabra. Me explicaré. Dice la palabra de Dios de los que se encuentran en un estado natural, que “no
hay justo, que no hay quien haga el bien”. Dice también que “todo designio de los pensamientos del corazón del hombre es, de continuo, solamente el mal”; y añade: “el instinto del corazón del hombre es malo desde su juventud”. Ahora bien; cuando pensamos de nosotros mismos de esta manera y lo sentimos verdaderamente, entonces son buenos nuestros pensamientos, porque están en armonía con la palabra de Dios.
IGNORANCIA. —Nunca creeré que mi corazón es tan malo.
CRISTIANO. —Por lo mismo, nunca has tenido en toda tu vida un solo buen pensamiento de ti; pero déjame seguir, como la palabra pronuncia sentencia sobre nuestros corazones, la pronuncia también sobre nuestros caminos; y cuando nuestros juicios acerca de nuestros corazones y nuestros caminos concuerdan con el juicio que de ellos hace la palabra, entonces ambos son buenos, porque están conformidad unos con otros.
IGNORANCIA. —Explica el sentido de esas palabras.
CRISTIANO. —Dice la palabra de Dios que “los caminos del hombre son torcidos”, que “no son buenos, sino pervertidos; dice que “los hombres, por naturaleza, se han extraviado del camino, que no lo han conocido siquiera”. Ahora bien; cuando un hombre piensa así de sus caminos es decir, cuando piensa con sentimiento y humillación de corazón, entonces es cuando tiene buenos pensamientos de sus propios caminos, porque sus juicios concuerdan entonces con el juicio de la palabra de Dios.
IGNORANCIA. —¿Qué son buenos pensamientos acerca de Dios?
CRISTIANO. —Lo mismo que he dicho acerca de nosotros mismos: Cuando nuestros pensamientos sobre Dios concuerdan con lo que dice de El la Palabra, y esto es cuando pensamos en su ser y atributos, como la Palabra enseña; pero de esto no puedo ocuparme ahora extensamente. Hablando solamente de Dios en sus relaciones con nosotros, tenemos pensamientos buenos y rectos El, cuando pensamos que nos conoce mejor que nosotros a nosotros mismos, y puede ver el pecado en nosotros, cuando nosotros no lo veamos en manera alguna en nosotros mismos; cuando pensamos que conoce nuestros pensamientos más íntimos, y que nuestro corazón, con todas sus profundidades, está siempre descubierto a sus ojos; cuando pensamos que todas nuestras justicias hieden ante El, y, por tanto, no puede sufrir que estemos en su presencia con confianza alguna en nuestras obras, aun las mejores.
IGNORANCIA. —¿Te parece que soy tan necio que crea que Dios no ve más que lo que yo veo, o que me atrevería a presentarme a Dios aun con la mejor de mis obras?
CRISTIANO. —Pues entonces, ¿cómo piensas en este asunto?
IGNORANCIA. —Pues, para decirlo en pocas palabras, creo que es necesario tener fe en Cristo para ser justificado.
CRISTIANO. —¿Cómo piensas que puedes tener fe en Cristo, cuando no ves tú necesidad de El, ni conoces tus debilidades, ni originales ni actuales; antes bien, tienes de ti mismo y de lo que haces una opinión tal, que prueba muy claramente que nunca has visto la necesidad de la justicia personal de Cristo para justificarte delante de Dios? ¿Cómo, siendo esto así, puedes decir: Yo creo en Cristo?
IGNORANCIA. —Creo bastante bien, a pesar de todo eso.
CRISTIANO. —¿Y cómo crees?
IGNORANCIA. —Creo que Cristo murió por los pecadores, y que seré justificado delante de Dios y libre de la maldición, mediante que El acepta graciosamente mi obediencia a su
ley; o, para decirlo de otra manera: Cristo hace que mis deberes religiosos sean aceptables a su Padre, en virtud de sus méritos, y de este modo, yo soy justificado.
CRISTIANO. —Permíteme que conteste a esta tu confesión de fe:
1°, Crees con una fe fantástica, porque tal fe no la encuentro así escrita en ninguna parte de la Palabra.
2°, Crees con una fe falsa, porque quita la justificación de la justicia personal de Cristo y la
aplica a la tuya propia.
3°, Esa fe hace que Cristo sea el que justifica, no tu persona, sino tus acciones, y luego tu persona por causa de tus acciones, y esto es falso.
4º, Por tanto, esta fe es engañosa, y tal que te dejará bajo la ira en el día del Dios Altísimo, porque la verdadera fe justificante hace que el alma, convencida de su condición por la ley, acuda por refugio a la justicia de Cristo (cuya justicia no es un acto de gracia, en el cual; que tu obediencia sea aceptada por parte de Dios y la justificación, sino su obediencia personal a la ley en hacer y sufrir por nosotros lo que aquélla exigió de nosotros). Esta justificación, digo, la verdadera fe la acepta, y bajo su manto el alma está abrigada, y por ello se presenta sin mancha delante de Dios, y es aceptada y absuelta de la condenación.
IGNORANCIA. —Pero qué, ¿quieres que nos confiemos en lo que Cristo ha hecho en su propia persona sin nuestra participación? Esta fantasía daría rienda suelta a nuestras concupiscencias, y nos permitiría vivir según nuestro propio antojo; porque, ¿qué nos importaría el cómo viviésemos, si podemos ser justificados de todo por la justicia personal de Cristo con sólo tener fe en ella?
CRISTIANO. —Ignorancia te llamas, y es mucha verdad; eso eres, y esa tu última contestación lo pone en evidencia, ignorante estás de lo que es la justicia que justifica, y
también ignorante de cómo has de asegurar tu alma por fe de la terrible ira de Dios. También ignoras los verdaderos efectos de esta fe salvadora en la justicia de Cristo, que son: inclinar y ganar el corazón a Dios en Cristo, que ame su nombre, su palabra, sus caminos y su pueblo, y no como tú, en tu ignorancia, te lo imaginas.
ESPERANZA. —Pregúntale si alguna vez se le ha revelado Cristo desde el cielo.
IGNORANCIA. —¿Cómo? ¿Eres tú de los que creen en revelaciones? Vaya, creo que lo que tú y comparsa decís sobre materia no es más que el fruto de un cerebro desordenado.
ESPERANZA. —Pero hombre, Cristo está tan escondido en Dios de la compresión natural de la carne, que nadie puede conocerle de una manera salvadora, si Dios, el Padre, no se
lo revela.
IGNORANCIA. —Esa será tu creencia, pero no la mía, y, sin embargo, no dudo de que la mía sea tan buena como la tuya, aunque mi cabeza no esté como la de ustedes.
CRISTIANO. —Permitidme que tercie aquí con una palabra: no se debe hablar tan ligeramente de este asunto, porque yo afirmo rotunda y resueltamente lo mismo que mi buen compañero: que ningún hombre puede conocer a Jesucristo sino por la revelación del Padre. Más aún: Que la fe, por la cual el alma se hace de Cristo para ser una fe recta, ha de ser operada por la supereminente grandeza de su poder. De esta operación de la fe percibo que nada sabes, pobrecito Ignorancia. Despiértate, pues, reconoce tu propia miseria y acude al Señor Jesús, y por su justicia, que es la justicia de Dios (porque él mismo es Dios), serás librado de la condenación.
IGNORANCIA. —Andáis muy de prisa; no puedo andar a vuestro paso; idos delante; tengo que detenerme todavía. Y se despidió de ellos.
Entonces dijo cristiano a su compañero:
CRISTIANO. —Vamos, pues, buen Esperanza; está visto que tú y yo hemos de andar otra vez solitos. Dieron, pues, a caminar a buen paso, mientras Ignorancia los seguía cojeando; y mientras caminaban les oí el siguiente diálogo:
CRISTIANO. —Mucha lástima me da este pobre. Creo que al fin lo va a pasar muy mal.
ESPERANZA. —Desgraciadamente, hay muchísimos en nuestra ciudad que están en la misma condición, familias enteras y aun calles enteras, y eso que son también peregrinos, y si hay tantos entre nosotros, calcula cuántos habrá en el lugar donde él nació.
CRISTIANO. —Sí, dice la verdad la Palabra: “Les ha cerrado los ojos para que no vean...”

Duro y difícil de aceptar, pero conforme a las escrituras, muchos tenemos nuestros ojos vendados y no queremos aceptar que nada bueno hay en nuestra vida, nunca conoceremos a Dios, ni su palabra se nos revelará hasta que entendamos que somos hombres pecadores y sin justicia, que amamos nuestros pecados y nuestros caminos más que a Dios. NUNCA seremos perfectos y nuestra necesidad de Dios y de su gracia es por esta razón, aquel que se humilla delante del Rey, reconociendo su condición, ese recibirá de Dios. Nada bueno hubo en un momento en mi y lo que soy ahora es por la gracia de Dios, así que prosigo mi camino hacia la ciudad celestial y le doy gracias a Dios porque ya no soy Ignorancia, sino Cristiano!... Buenos días

Dios les guarde

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